By Mara Duran
Vivir en Estados Unidos de manera legal es una meta que desean alcanzar muchísimas personas, las promesas del sueño americano son apetecibles para millones de inmigrantes que huyen de sus países por diversas circunstancias. Este no era el sueño de Mayra Rodríguez, ella relata que su infancia y adolescencia transcurrió en su país natal México, en donde terminó la carrera de laboratorista. Sorpresivamente, cuando iniciaba la de Medicina, su madre la obligó a emigrar a Estados Unidos, dejando atrás sus lazos familiares, sus amigos, sus estudios en la universidad y el futuro que construía en su mente imaginándose que sería doctora y salvaría la vida de los demás. Su hermano, víctima de un secuestro exprés, regresó con vida a su hogar, este lamentable hecho hizo que la determinación y el miedo de su mamá cambiara el curso de su vida. Sin saber lo que les esperaba ni hablar inglés, comenzarían de nuevo en un país completamente distinto al suyo.
Durante 17 años, Mayra formó parte del equipo de la empresa Planned Parenthood, el compromiso y dedicación a su trabajo y compañeros, la llevaron a ascender de puesto hasta convertirse en directora de tres centros de salud de este negocio en las ciudades de Phoenix, Flagstaff y Glendale en AZ.
“Los únicos trabajos en donde me recibían era en restaurantes, yo deseaba estar en el área médica.” Una amiga que trabajaba en Planned Parenthood le dijo que buscaban a alguien que hablara español. “Yo sabía que esa compañía brindaba servicios preventivos a las mujeres y decidí solicitar una entrevista.” Cuando le preguntaron su opinión sobre el aborto, Mayra refirió que en aquel momento no dudó en expresar lo que pensaba y dijo, “Yo no me haría uno, si alguien más se lo hace es su problema.”
Su colaboración en este lugar la definió como alguien responsable, trabajadora y eficiente.
Durante los primeros años se dedicó a las clínicas preventivas, fue asistente, coordinadora de entrenamiento, capacitaba empleados y asistía en áreas de la salud a clientes femeninas. “Estaba agradecida ayudando a las mujeres, era una empleada que trabajaba al cien.” Mayra asistía a comunidades de inmigrantes para hablarles sobre la salud, proporcionaba información sobre papanicolaous, la importancia del uso de anticonceptivos y de hacerse revisiones periódicas a personas de bajos recursos, especialmente a las mujeres que no se checaban con regularidad. “Tuvimos casos de mujeres que jamás se habían hecho estudios; gracias a ese servicio detectaban alguna enfermedad y podían ser tratadas.”
Sin embargo, su intento por cultivar la salud de las mujeres falló. Mayra pretendía enseñarles cómo cuidarse para prevenir los abortos. “Las mujeres iban a interrumpir su embarazo cuando los anticonceptivos no funcionaban, así que lo que yo hacía tampoco servía de nada. Pero no me había dado cuenta de que el mayor negocio eran precisamente los abortos. Algo pasó en mí, hoy pienso que Dios trabajaba en mí desde años atrás, fue el momento clave en el que dije: ¡es un ser humano!” Ver esta realidad la motivó a decir: “esto no está bien.”
Cuando le propusieron recibir el cargo como directora de la clínica más grande de Arizona, Mayra argumentó que no aceptó de inmediato, tenía muchas dudas, se sentía incómoda, “había visto que era un ambiente muy tenso, la gente no permanecía en esos trabajos, los doctores eran déspotas y tampoco duraban en esos puestos, además era algo completamente distinto a lo que yo hacía, me desempeñaba en el área de educación en el área sexual con información y cuidados en las enfermedades de la mujer.
Sin embargo, decidió aceptar la oferta. Era un trabajo bien remunerado. Al no tener documentos no podría conseguir otro puesto así de importante. “Me vi cómo latina inmigrante, es muy difícil que te den un puesto así; sola y con mis hijos, no podía quedarme sin trabajo.”
Mayra expresa que la información que proporcionaban a las clientas no era real ni estaba completa, no les explicaban las consecuencias que implicaba tener un aborto, tampoco el hecho de que era posible que en el futuro jamás pudieran tener un hijo. Al tomar la píldora del día después, en muchos casos les causaba anemia crónica y tampoco se los decían. Las medidas de seguridad no eran adecuadas. “El médico olvidaba partes del cuerpo del bebé dentro de las mujeres, se rehusaba a seguir buscando y no decía nada sabiendo que esto podía causarles una infección. El shock para mí fue cuando se refirió a la cabeza de un bebé de 14 semanas como basura, hacían perforaciones al útero que no eran reportadas, modificaban los resultados de los exámenes de las pacientes que presentaban nivel de hierro bajo o mala presión para que sí se sometieran al procedimiento. Falsificaban expedientes, no respetaban las leyes del estado para cuidarlas. Eso para mí era demasiado.”
Esta situación la colocó ante escenarios realmente difíciles, luchaba con su integridad moral, el compromiso que sentía como profesional de la salud y el hecho de mantener a su familia.
“Sentí que cayó una venda de mis ojos, fue como un balde de agua fría, darme cuenta de que algunos médicos, ¡el mismo abortista lastimaba a las mujeres! En mí primer embarazo sufrí un aborto espontáneo, me imaginé que así se referían al bebé que había perdido y salí muy enojada.” Esto hizo que Mayra decidiera expresar su desacuerdo ante la falta de ética de los doctores y levantó una denuncia ante el departamento de salubridad de Arizona. “Yo no dormía pensando en que alguna mujer pudiera fallecer.”
Mayra fue despedida y acusada -falsamente- de tener narcóticos en su escritorio, el abogado que contrató le explicó que no importaba su condición de indocumentada, ya que todas las personas tienen derechos; por lo tanto, debía defenderlos. “Un ciudadano americano hubiese tenido oportunidad de demandarlos por perdida de sueldo, sueldo a futuro y daños a su persona”, dijo Mayra, quien por su condición solo peleó por los daños a su persona y además corría el riesgo de ser deportada.
“Tardé mucho en asimilar lo que viví, necesité terapia, orientación emocional y espiritual, para entender por qué me causó tanto shock lo que pasé. Afortunadamente mí familia me apoyó, mi hijo de 16 años empezó a trabajar para ayudarme con los gastos de la casa. Necesitaba hacer esto para limpiar mí nombre y poder decirles a las mujeres lo que realmente sucedía en las clínicas.”
Finalmente, después de un proceso con largas horas sin dormir y que la mantuvo en la incertidumbre, el 16 de agosto del año 2019 el jurado falló a su favor, ganó la demanda por 3 millones de dólares bajo el concepto de despido injustificado a la compañía de Planned Parenthood.
Sin duda alguna esta experiencia dio un giro, otra vez, de 360º a su vida. Hoy agradece a Dios por darle fortaleza y transformar su corazón. Mayra se convirtió en una mujer activista que lucha por defender la vida. “Recuerdo que mi hija me dijo, -un día podremos lograr que el aborto sea algo impensable-.” Al narrar su historia vuelve a viajar por el transitado camino de sus recuerdos y reflexiona, “el aprendizaje más duro es perdonarme y saber que merezco otra oportunidad,” deseo que las mujeres valoren la vida.”